lunes, 21 de marzo de 2016

Tercer relato de Juan Bosch

Se llama "Dos pesos de agua" y es el relato con el que empieza la obra de teatro que van a venir a representar en la escuela el martes 19 de abril de parte de la Embajada de la República Dominicana.

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Les copiamos un link para que puedan leerlo completo porque es largo para ponerlo entero en el blog:
https://docs.google.com/document/d/16a1vOm_DYsKDShyoTxkSZQ04vLN4uduIJ0CF08u2Vok/edit?usp=sharing

Este es otro bello relato que se refiere a como la personaje principal, una mujer anciana llamada Remigia, persiste en el provenir frente a la adversidad de la naturaleza.

Segundo relato de Juan Bosch

Este es el segundo relato de Juan Bosch que será interpretado en la escuela por gente allegada a la Embajada de la República Dominicana el martes 19 de abril. Juan Bosch es una persona importante en su país porque fue un político y escritor destacado.

Los amos
Cuando ya Cristino no servía ni para ordeñar una vaca, don Pío lo llamó y le dijo que iba a
hacerle un regalo.
-Le voy a dar medio peso para el camino. Usté está muy mal y no puede seguir trabajando. Si se mejora, vuelva.
Cristino extendió una mano amarilla, que le temblaba.
-Mucha gracia, don. Quisiera coger el camino ya, pero tengo calentura.
-Puede quedarse aquí esta noche, si quiere, y hasta hacerse una tisana de cabrita. Eso es bueno.
Cristino se había quitado el sombrero, y el pelo abundante, largo y negro le caía sobre el pescuezo. La barba escasa parecía ensuciarle el rostro, de pómulos salientes.
-Ta bien, don Pío -dijo-; que Dio se lo pague.
Bajó lentamente los escalones, mientras se cubría de nuevo la cabeza con el viejo sombrero de fieltro negro. Al llegar al último escalón se detuvo un rato y se puso a mirar las vacas y los críos.
-Que animao ta el becerrito -comentó en voz baja.
Se trataba de uno que él había curado días antes. Había tenido gusanos en el ombligo y ahora correteaba y saltaba alegremente.
Don Pío salió a la galería y también se detuvo a ver las reses. Don Pío era bajo, rechoncho, de ojos pequeños y rápidos. Cristino tenía tres años trabajando con él. Le pagaba un peso semanal por el ordeño, que se hacía de madrugada, las atenciones de la casa y el cuido de los terneros. Le había salido trabajador y tranquilo aquel hombre, pero había enfermado y don Pío no quería mantener gente enferma en su casa.
Don Pío tendió la vista. A la distancia estaban los matorrales que cubrían el paso del arroyo, y sobre los matorrales, las nubes de mosquitos. Don Pío había mandado poner tela metálica en todas las puertas y ventanas de la casa, pero el rancho de los peones no tenía ni puertas ni ventanas; no tenía ni siquiera setos. Cristino se movió allá abajo, en el primer escalón, y don Pío quiso hacerle una última recomendación.
-Cuando llegue a su casa póngase en cura, Cristino.
-Ah, sí, cómo no, don. Mucha gracia -oyó responder.
El sol hervía en cada diminuta hoja de la sabana. Desde las lomas de Terrero hasta las de San Francisco, perdidas hacia el norte, todo fulgía bajo el sol. Al borde de los potreros, bien lejos, había dos vacas. Apenas se las distinguía, pero Cristino conocía una por una todas las reses.
-Vea, don -dijo- aquella pinta que se aguaita allá debe haber parío anoche o por la mañana, porque no le veo barriga.
Don Pío caminó arriba.
-¿Usté cree, Cristino? Yo no la veo bien.
-Arrímese pa aquel lao y la verá.
Cristino tenía frío y la cabeza empezaba a dolerle, pero siguió con la vista al animal.
-Dese una caminata y me la arrea, Cristino -oyó decir a don Pío.
-Yo fuera a buscarla, pero me toy sintiendo mal.
-¿La calentura?
-Unjú, me ta subiendo.
-Eso no hace. Ya usté está acostumbrado, Cristino. Vaya y tráigamela.
Cristino se sujetaba el pecho con los dos brazos descarnados. Sentía que el frío iba dominándolo. Levantaba la frente. Todo aquel sol, el becerrito...
-¿Va a traérmela? -insistió la voz.
Con todo ese sol y las piernas temblándole, y los pies descalzos llenos de polvo.
-¿Va a buscármela, Cristino?
Tenía que responder, pero la lengua le pesaba. Se apretaba más los brazos sobre el pecho. Vestía una camisa de listado sucia y de tela tan delgada que no le abrigaba.
Resonaron pisadas arriba y Cristino pensó que don Pío iba a bajar. Eso asustó a Cristino.
-Ello sí, don -dijo-: voy a dir. Deje que se me pase el frío.
-Con el sol se le quita. Hágame el favor, Cristino. Mire que esa vaca se me va y puedo perder el becerro.
Cristino seguía temblando, pero comenzó a ponerse de pie.
-Si: ya voy, don -dijo.
-Cogió ahora por la vuelta del arroyo -explicó desde la galería don Pío.
Paso a paso, con los brazos sobre el pecho, encorvado para no perder calor, el peón empezó a cruzar la sabana. Don Pío lo veía de espaldas. Una mujer se deslizó por la galería y se puso junto a don Pío.
-¡Qué día tan bonito, Pío! -comentó con voz cantarina.
El hombre no contestó. Señaló hacia Cristino, que se alejaba con paso torpe como si fuera tropezando.
-No quería ir a buscarme la vaca pinta, que parió anoche. Y ahorita mismo le di medio peso para el camino.
Calló medio minuto y miró a la mujer, que parecía demandar una explicación.
-Malagradecidos que son, Herminia -dijo-. De nada vale tratarlos bien.
Ella asintió con la mirada.
-Te lo he dicho mil veces, Pío -comentó. Y ambos se quedaron mirando a Cristino, que ya era apenas una mancha sobre el verde de la sabana.
FIN
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Cristino, a pesar de su quebranto, termina buscando
una ternerita para obedecer a su patrón Don Pío.

Obra de teatro sobre relatos de Juan Bosch

Como parte de una actividad propuesta por la Embajada de la República Dominicana el grupo de teatro Tibai representará la obra "Contando a mi abuelo. Juan Bosch, tres relatos" el martes 19 de abril.   A continuación les anticipamos el primero de los tres relatos:


El algarrobo

El hombre que estaba allá adentro, en el corazón del monte, oía sólo dos cantos: el suyo y el del hacha.
De mañana empezó a tumbar la yaya y a los primeros golpes aletearon los pajaritos. Piaron y se fueron. El hombre, duro, oscuro y desnudo de cintura arriba, los siguió con la vista. Por entre los claros de las hojas había manchas azules.
“Aoé, tolalááá…”
El canto triste del hombre resonaba en el monte. Hasta muy lejos, tropezando con todos los troncos, se regaba el golpe del hacha.
Tres días estuvo él tirando al suelo los árboles que rodeaban el algarrobo; pero no se sentía con fuerzas para picar el algarrobo. Seis hachadores hubieran tardado una semana. Era un árbol grueso hasta lo increíble, majestuoso, alto: el rey del monte.

La tarde sube las lomas desde la tierra llana; después persiste en levante una pintura rojiza. El hombre piensa que el cielo se quema. En el filo de su hacha está también el incendio del cielo.
Todavía canta él. Viene cantando, como si eso le ayudara a caminar. Tras los guayabales, aquí a la izquierda, recoge su humildad el techo del bohío.
El hombre vienen cantando, la mano oscura metida, la otra al mango del hacha. Su mujer no está a la puerta, como siempre.

Estamos acostumbrados al silencio, tan acostumbrados que los pensamientos nos hablan a la vista nada más. Por eso le sorprende al hombre la voz.
-Lico, estoy mala.
Su mujer, que se siente mal. Tiene el vientre esponjado y espera…
Lico piensa en la yegua, en la vaca.
-Cuidado si está cerca- murmura él
Siente que la mujer se mueve y la oye quejarse debilmente.
Lico tiene los ojos abiertos y no ve. Recuerda su vaca joca: un día se fue despaciosa, los ojos apagados, la barriga hinchada; otro día volvió con su ternerito; lo lamía con una gran ternura, como quien acaricia.
Encuentra una razón y se prende a ella.
-Yo no lo esperaba tan pronto
La mujer se queja y susurra:
-Pero yo estuve en el río lavando.
Él esperando aún, pregunta:
-¿Busco a Lola?
Y la mujer dice:
-Bueno.
A la vuelta se fue Lico a la cocina y encendió fuego; se estuvo allí esperando, silencioso y cansado. Veía en sus manos la mancha roja de la llama. Tenía frío y hambre.

La madrugada empezaba a borrar la noche cuando el hombre oyó el quejido sordo; hubo despues otra voz, delgadita y fañosa, que parecía llegar al monte cercano.
Ya no se necesitaba la llama en la cocina. Tan lejano como fue posible cantó un gallo. Lico se levantó y salió: quería ver el sol; pero antes que el sol asomó Lola su cara estirada y cenizosa.
-Dentre –dijo-. Es la mesma cara del taita.
Lico vio a su mujer, bajo la sábana roja, con la cabellera como una raíz negra regada en la almohada. Ya no tenía el vientre esponjado y el catre parecía pequeño: junto a la madre había una cabeza menudita, sin nariz definida, sin ojos definidos, sin boca definida: era como una carita de barro gastada por la lluvia.
El hombre quiso reír.
-Lola dice que se parece a mí –comentó.
La mujer le miró, miró al niño, sin moverse, y aprobó en silencio.
El hombre estuvo un rato callado; al fin dijo:
-Yo tengo que dirme a la tumba. No te alevantes que Lola se queda
Y nada más. De un rincón tomó su hacha. Se detuvo un segundo en la puerta, alzó los ojos y vio el cielo.
Se fue, al hombro el hacha y el sol en filo. Su hijito tenía color de camino. Llegaría tarde al trabajo.
Pensó:
-hoy tumbo el algarrobo.
Y el algarrobo era grueso hasta lo increíble, majestuoso, alto: el rey del monte era el algarrobo…

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Lico con el nacimiento de su hijo recobra la fuerza y la esperanza para talar un algarrobo.

Trabajando con idioma Inglés

lunes, 7 de marzo de 2016

Inicio de las clases

Dimos comienzo al ciclo lectivo 2016 con la presencia de muchos padres que se acercaron a la escuela para compartir el importante momento.

Les mostramos algunas imágenes tomadas por el papá del alumno Lautaro González Creslebin a quien le damos nuestro agradecimiento por el gesto.

miércoles, 2 de marzo de 2016